Reflexiones a mi regreso de Japón


Me encuentro de regreso en Colombia y quiero manifestar mi profundo agradecimiento por todos los mensajes de solidaridad y de preocupación a raíz los trágicos acontecimientos durante mi viaje a Japón. Me gustaría compartir las siguientes palabras de reflexión.


El día 11 de marzo alrededor de las dos de la tarde me encontraba en el aeropuerto de Narita abordando un avión con destino a Fukuoka cuando la tierra se sacudió con violencia durante más de dos minutos produciendo las consecuencias catastróficas que ya todos conocen. Inmediatamente se cancelaron todos los accesos y salidas por tierra y por aire. Esa noche, más de tres mil personas tuvimos que pernoctar en el aeropuerto, durmiendo en el piso, en los sacos de dormir suministrados por las autoridades del aeropuerto y con las mantas proporcionadas por las aerolíneas. Nadie sabía que iba a suceder. Como no podía dormir por las espeluznantes noticias que pasaban en una pantalla gigante y debido a las continuas réplicas del terremoto, reflexioné sobre la terrible experiencia que cientos de miles de personas estaban viviendo en ese momento y lo afortunado que yo había sido, a pesar de la incertidumbre.


Lo que más me sorprendió de esa noche y de lo que pude ver en los días siguientes, fue el impecable comportamiento de la gente. En medio de circunstancias demoledoras, de haber perdido todo y de la incertidumbre por la suerte de sus seres queridos, nadie perdía la compostura, nadie trataba de aprovecharse de los demás ni de las circunstancias para beneficio propio. Por el contrario, todos trataban de ayudarse unos a otros, de sobreponerse a su propia tragedia para trabajar en beneficio de los demás. Siento escalofrío al pensar en lo diferente que han sido estas experiencias en nuestros países; de las consecuencias que todavía se viven después del Katrina, de las aun lamentables condiciones de los habitantes en Haití, de los suministros y de los recursos económicos que nunca llegaron a los damnificados luego de los terremotos de Popayán y Armenia.


No puedo dejar de comparar la conducta ejemplar de los japoneses en este escenario apocalíptico tan aterrador, con el más simple y ordinario comportamiento en un día normal de los ciudadanos en Colombia y en particular en Bogotá. El tratar de “colarse” en cualquier fila para pasar primero que los otros argumentando viveza, la impaciencia, los abusos, la inseguridad, la intolerancia, el irrespeto, la violencia física y verbal, la constante agresividad, los pitos histéricos y ensordecedores, la violación de las reglas elementales de tránsito por no soportar que alguien se pueda adelantar o que un peatón deba atravesar la calle. Qué noble lección la que nos dejan las circunstancias trágicas de este pueblo, en donde a pesar de la magnitud de la adversidad, el bienestar de la colectividad ha primado sobre el beneficio de cualquier individuo.


Durante siglos, Japón se ha nutrido y ha recibido una fuerte influencia del Budismo, lo cual se puede ver reflejado en este comportamiento. Las más grandes enseñanzas que aprendemos en nuestra práctica del zen, es que Todo está interconectado en el Universo y Todo lo que hacemos, desde nuestros actos más elementales, tiene consecuencia sobre nosotros y sobre los demás; que fundamentalmente no existe nada de lo que nos podamos apropiar o aferrar. Sin embargo, aquí seguimos queriendo aprovecharnos de los otros, pensando en que si pasamos por encima de ellos estaremos podemos apoyarnos en su miseria para ascender y obtener mejores condiciones. La envidia, el orgullo y la arrogancia que vemos en nuestros conciudadanos son considerados el budismo como “venenos de la conciencia”. Son los velos que nos impiden ver la realidad de interdependencia y son el origen del sufrimiento que producimos en nuestra propia vida y en la de los demás. Aun no hemos aprendido que el individuo no existe separado de los otros, que uno sólo no puede progresar mientras sus acciones generen sufrimiento en otros seres. Por el contrario, en la medida en que el grupo se crece, el propio individuo se beneficia junto con los demás.


Con nuestra práctica y estudio del zen, podemos modificar el comportamiento de nuestra sociedad. No a través del adoctrinamiento o de la crítica, sino a través de marcar la diferencia con nuestra propia transformación. Si modificamos la manera habitual como nos relacionamos con los demás, como tratamos a los otros, podemos convertirnos en ejemplo para aquellos con los que nos relacionamos. Desde la perspectiva del budismo, la compasión, la tolerancia y la sabiduría son las características que definen esta nueva forma de relacionarnos. A pesar de que muchas personas sin experiencia dicen que el zen no es budismo, que con sólo sentarse a mirar una pared calentando un cojín es suficiente, es necesario saber que el entrenamiento es esencial para modificar la conducta habitual. Es importante estudiar el ejemplo y las enseñanzas de aquellos que pudieron realizar el camino. Realizar prácticas que nos obliguen a responsabilizarnos de nuestros actos y sus consecuencias modificando las tendencias impulsivas con las que reaccionamos habitualmente. Por esto, debemos fortalecer nuestra comunidad, contagiar nuestro entusiasmo, expandir el alcance de nuestra práctica y multiplicar las condiciones para que cada vez más personas se unan a esta misión de convertirnos en un faro para la conciencia. Producir el terreno apropiado para que las personas puedan acercarse, nutrirse de estas enseñanzas del Buda y de los ancestros, y transformar las raíces del sufrimiento en ellas mismas y en los demás.


Habiendo regresado de mi retiro en el templo Myōkōji en Japón luego del terremoto, estoy más determinado que nunca a poner toda mi energía en expandir el alcance de la Comunidad Soto Zen de Colombia. En buscar las condiciones económicas y físicas para marcar la diferencia. Para mostrar que nuestra Comunidad no es otro club de meditación o algún tipo de escuela para aprender técnicas exóticas de la Nueva Era o herramientas para triunfar. Lo que ofrecemos en la Comunidad es la propia transmisión de la enseñanza de Buda, sustentada en un linaje ancestral auténtico, respaldado por un entrenamiento tradicional. Quiero invitarlas e invitarlos a que juntos pensemos en cómo podemos obtener los recursos necesarios para ejercer una fuerte influencia en nuestra sociedad y ser los gestores del cambio que necesitamos.


Que hoy sea el comienzo de una nueva etapa en nuestro voto y que los méritos de nuestra práctica sean transferidos a todos aquellos que sufren y en particular a todas las víctimas de esta tragedia que hoy vive Japón.


Con profundo respeto y agradecimiento,


Densho