Por TAIUN JUAN
La Ética (del griego ethika, de ethos, ‘comportamiento’, ‘costumbre’) en unísono con la estética nos habla de la construcción de lo bello, como cierta actitud vital que construye un modo de ser bello. En Heidegger, el arte se realiza como puesta en obra de la verdad en cuanto presencia manifiesta del ser.
Sin embargo, la cultura postmoderna.la Cirugía cosmética y las nuevas tecnologías de representación corporal apuntan a una cosificación que recubre la mirada esa que sabe de nuestros cuerpos no sólo como estructuras físicas sino como estructuras vividas, experienciales, es decir como externos e internos, como biológicos y fenomenológicos, íntegros y por ello bellos, luego toda estética es ética y viceversa
¿Cómo recuperar la mirada auténtica de esta belleza, que es la intimidad? ¿Cómo interiorizar la cosmética y el arreglo, sino es mediante una actitud vital, que pudiéramos denominar el talante estético, que abarque todos los aspectos de la existencia? Dicho talante se ve impreso por la Ascética, entendida en el término clásico que expresa ese dinamismo superador que unifica en el hombre lo físico, lo psíquico y lo espiritual. Del griego asketés, que traduce como ejercitación, entrenamiento, la ascética es pues el lienzo, donde se plasma la inspiración última de las prácticas cosméticas, que les confiere profundidad en lo humano, y con dicha hondura, también horizonte espiritual y desasimiento. Pues ¿cómo entender la belleza del cuerpo si no es como esplendor de la persona, irradiación de su intimidad?
Dicho acontecimiento en el zen se sirve de tres imágenes para indicar cómo se concibe el despertar a la verdad del sí mismo y la realización del yo verdadero, el único verdaderamente bello, entendida en la tradición como “yo sin yo””. La primera imagen es un círculo vacío, la segunda es un árbol floreciente junto a un río, y la tercera un anciano y un joven que se encuentran en el mundo y que entablan el singular diálogo zen de pregunta y respuesta.
La primera imagen es un círculo vacío, dentro del cual no hay nada dibujado. Es una imagen de lo que no tiene imagen y de la infinita desfiguración. Para el verdadero yo lo más importante es desprenderse absolutamente de su yo, ser sin imagen y sin forma. El hombre debe penetrar en la pura nada, es decir en “la gran muerte”; se trata de morir al yo mismo. En esta muerte, el yo alcanza ser sin imagen y sin forma; se convierte en un “yo sin yo”. el círculo vacío, la nada infinita, el silencio absoluto da lugar a la segunda imagen de lo que no tiene imagen.
Se trata de un árbol florido a orillas de un río. La leyenda que acompaña a esa imagen es típicamente zen en su simpleza; reza así: Las flores florecen, tal y como florecen; el río fluye tal y como fluye. Aquí se representa el renacimiento a partir de la nada, y el árbol floreciente es la primera concreción del “yo sin yo”. Un árbol que florece tal y como florece, encarna el “yo sin yo” del verdadero yo. El “yo sin yo” se encarna en la naturaleza.
El término naturaleza, Shizen, no se corresponde con el concepto occidental de naturaleza. La palabra Shizen está formada por dos caracteres chinos. El primero significa “desde sí mismo” y el segundo “ser así”. Naturaleza sería, entonces, “ser así, como se es desde sí mismo”. El “yo sin yo” se encarna en la naturaleza en la medida en que es Shizen: es así, como es desde sí mismo, como las flores que florecen tal y como florecen. La sentencia zen es más simple, florecen tal y como florecen, sin interrogación del porqué. El vivir sin-porqué es para el zen la libertad como nada vivida, máxima expresión de la belleza.
1 comentario:
La necesidad de ser aceptados y reconocidos con frecuencia hace que adoptemos formas externas artificiales, dependiendo de los parámetros de aceptación de moda. La exaltación de nuestra identidad como seres separados del resto de la existencia, nos hace caer en el error de pensar que si fuéramos diferentes a lo que somos, que si las condiciones de nuestra vida fueran diferentes, que si los demás nos dieran un reconocimiento especial, seríamos felices. El problema radica en que las referencias que utilizamos para esta felicidad siempre están fuera de nosotros y se originan en patrones estéticos, de éxito o de acumulación de bienes dictados por una sociedad en la que lo que menos importa es la vida misma. Hemos creado como dice Juan Manuel una realidad artificial paralela por la cual no pasa la vida. De hecho, estamos dispuestos a sacrificar la vida misma por nuestra vanidad. Matamos a otros seres para satisfacer nuestra necesidad de ser reconocidos.
Para el Budismo, cualquier pensamiento que surja de la insatisfacción o de la no aceptación de la realidad presente es un factor de sufrimiento originado en la ignorancia fundamental de que somos consecuencia de nuestros actos, de los actos de nuestros antepasados y de toda la actividad de la vida a la cual estamos interconectados. La biología ha demostrado que no solo heredamos las características físicas de nuestros abuelos como antes se creía, sino que las experiencias de todos nuestros ancestros están grabadas en la información que recibimos a través de los genes.
Corresponde entonces a cada uno de nosotros modificar incluso esta información heredada para que las consecuencias kármicas de un pasado inmemorial no impida más que la vida se manifieste en toda su dimensión. Liberarnos de los condicionamientos (externos e internos, actuales y arcaicos) y permitir que toda la fuerza vital se manifieste a través de nosotros, haciendo de cada acto un proceso creativo en el cual ya no somos actores sino vehículos. Soltar todo lo que viene a la mente, zazen shikantaza.
Densho
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